Lola Beltrán ya murió

«Dicen que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto....». Mientras el mariachi «América» acometía las notas del famoso Cucurrucucú, Paloma, Rosa Chávez se arrodillaba entre sollozos en una esquina del recinto. Rosa -vestida con un humilde mandil y unas destartaladas «guarachas» (zapatillas)-, había abandonado su puesto de venta de «tacos» (comida típica mexicana) para visitar por última vez a Lola.

«Se fue, se fue...», aseguraba con la voz entrecortada. «Cuánto sufrió por ella que hasta en su muerte la fue llamando...».

Miles de mexicanos -13.000 sólo en el Palacio de Bellas Artes- acudieron en las últimas horas a rendir un homenaje póstumo a la «reina de las rancheras», María Lucila Beltrán, que falleció el domingo.

El Palacio de Bellas Artes de la capital -el reducto elitista que ella misma consiguió abrir a los recitales de «rancheras» y el mismo que consiguió abarrotar en 15 ocasiones- se convirtió en una suerte de romería fúnebre.

Lola había elegido personalmente el atuendo que debía vestir cuando muriera. «Es de encaje de bolillo, blanco, finísimo», llegó a presumir. El rostro había sido rodeado de rosas rojas. «Parece que está durmiendo. ¡Qué linda!», aseguraba una oronda señora señalando al cuerpo postrado de la cantante.

En la calle, una cola interminable se extendía entre los jardines adyacentes. Señoras de alto copete mezcladas con humildes empleadas de hogar; jóvenes ataviados con camisetas «heavy metal»; niñas «fresas» (pijas), ancianos de vestimenta raída... «En este país los "jodíos" estamos tan "jodíos" que necesitamos sufrir por alguien más», apuntaba Delia Castilla Alvarado, dueña de una «cantina» cercana, mientras arremetía con voz desafinada el Paloma Negra.

Una admiradora mostraba a los presentes un enorme cartón plagado de retratos de la cantante y donde la «devota» había escrito una plegaria póstuma de tono poético: «Lola Beltrán, dama en sinceridad, que canta con fresca verdad. Lola Beltrán, mujer nuestra...». Otras muchas enarbolaban las portadas de los diarios capitalinos con el rostro de la artista fallecida.

Al mismo tiempo, decenas de mariachis -la mayoría vestidos de riguroso luto- se turnaban en la interpretación de las mismas canciones que popularizó Lola «La Grande»: Paloma Negra, La Sinaolense, El Rey,... «Era una auténtica señora. ¡Orale, esta va por ti, Lola!», afirmaba Juan Rodríguez, mientras aporreaba su violín y comenzaba a cantar el consabido Cucurrucucú.

Entre la innumerable relación de artistas locales que se personó en la capilla ardiente, figuraba la española Rocío Durcal y su esposo Junior. Con el rostro enrojecido, Rocío comentó que conocía a Lola Beltrán desde que «tenía 17 años. Tengo pena y especialmente rabia, porque se haya ido tan pronto».

Ayer, cuando su cuerpo era trasladado hasta el aeropuerto para volar desde allí a Rosario (Sinaloa), donde había nacido hace 64 años, decenas de personas se congregaron en puentes y aceras al paso de la comitiva a la que saludaban con gritos de «¡Viva Lola!» y pañuelos blancos.

En Mazatlán, capital de Sinaloa, las autoridades habían previsto otro magno homenaje a la fallecida cantante. De allí, el féretro se trasladaría hasta Rosario, que ayer amaneció plagado de crespones negros. En esa localidad, en el número 19 de la calle Lola Beltrán los amplios retratos de la artista se encontraban casi ocultos por las coronas de flores. «Una parte muy importante de Rosario se ha muerto», advertía el alcalde de esta pequeña población, Pedro Ibarra.

Precisamente, Lola Beltrán tenía previsto asistir este miércoles a Rosario para participar en un homenaje popular que le quería rendir su pueblo. «¡Qué ironía!, no faltará a su cita, aunque sea muerta», sentenció Ibarra.

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